Los grandes imperios que dominaron la edad Antigua tuvieron siempre claro que la piedra angular de cualquier expansión territorial y de la dominación de vastas superficies a lo largo del planeta era, ante todo, una eficaz y tupida infraestructura. En occidente, las calzadas que conectaban la Península Itálica con cualquier otra parte del Imperio supusieron siglos de dominación romana en cada kilómetro del mare nostrum, mientras que en oriente el gran Imperio chino hizo de la llamada Ruta de la Seda, una vasta red de rutas con el que conectó sus grandes centros comerciales con las metrópolis más desarrolladas del planeta, la espina dorsal de su poder imperial.